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Infojus Noticias

2-4-2014|11:15|Malvinas Nacionales
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A 32 años del desembarco argentino en las Islas Malvinas

“No es una guerra, no manden fotos de armas ni de soldados”

Eso escuchó el fotoperiodista Román el “Polaco” von Eckstein mientras cubría para la agencia Télam la Guerra de Malvinas. Se lo había dicho su jefe. Fue uno de los primeros civiles argentinos en enterarse de la recuperación de las islas. En esta entrevista recuerda para Infojus Noticias la relación con los militares, la censura y el trabajo periodístico durante una de las mayores tragedias de la historia argentina.

  • Sergio Goya.
Por: Martín Cortés

El “Polaco” Román von Eckstein fue uno de los primeros civiles argentinos en enterarse de la "recuperación" de las Islas Malvinas. En los últimos días de marzo de 1982, el gobierno militar quería desmantelar una ballenera en las Islas Georgia, buscando un motivo para hacer pie en el Atlántico Sur. El “Polaco”, fotógrafo de Télam, insistía en cubrirlo, pero el 1° de abril estaba en Tortuguitas en el entrenamiento de la selección argentina de fútbol, que iba a jugar el Mundial en España. Tarde ese día, un fotógrafo lo relevó. Le dijo que se fuera a la casa y agarrara ropa: se iba a Malvinas. “Yo no entendía un carajo”, confiesa von Eckstein.

Con 32 años, el “Polaco” marchó a cubrir la guerra de Malvinas. La agencia estatal de noticias fue el único medio, junto con Canal 7, que tuvo autorización para quedarse durante todo el conflicto. La experiencia de Malvinas le sirvió más tarde a Román en la guerra del Golfo de 1990/91, aunque no lo salvó de perder la audición del oído derecho en la prueba de un cañón. Infojus Noticias habló con él sobre su trabajo en la guerra, la relación con la tropa y con los oficiales, la censura y la experiencia bélica como periodista. A continuación, extractos de esa charla acompañados por algunas de las fotos.

Fotos Malvinas: Román von Eckstein.

Al principio, las directivas que teníamos eran que no había guerra, que todo era paz. No nos dejaban hacer un carajo. Teníamos un enlace de prensa, el capitán Rodríguez Mayo, un tipo con el que íbamos por la calle y nos decía ‘esto se puede hacer, esto no’. Una noche oscura en que hubo bombardeo esperamos que amaneciera y fuimos a verlo al aeropuerto. Nos dijo que no sacáramos fotos de los aviones destruidos. Después nosotros mandábamos las fotos y Fernández Burgos, jefe de fotografía de Télam en ese entonces, nos decía ‘Paren de mandar estas fotos, esto es paz, no es una guerra, no manden fotos de armas ni de soldados’. Después del 1° de mayo y los bombardeos Rodríguez Mayo no apareció más, nos manejamos con total libertad.”

“Nosotros allá éramos los únicos, y corresponsales de guerra no éramos. Cada fuerza tuvo su corresponsal y a la guerra no vino ninguno, porque tendrían miedo, o estarían todos en Comodoro y Río Gallegos. Allá en las islas, doy fe, no hubo un solo corresponsal de guerra de las fuerzas armadas.”

“El 1° de mayo me puse a calentar el revelador. Por la ventana vi el monte, vi el cielo y vi un avión tirando, taca taca taca. Lo vi explotar, lo habían bajado. Llamé a Kasanzew y le dije ‘¿viste que volteamos un avión inglés? Estamos festejando’. Y él me dijo en ruso, porque él habla ruso y yo también, ‘No, boludo, ese avión es nuestro. Nosotros tenemos todo filmado y Rodríguez Mayo nos hizo borrarlo’. A Goose Green íbamos seguido, por ejemplo, pero sólo cuando les interesaba a ellos. Si boleteaban un Harrier nos llamaban.”

“Las diapositivas en color las perdimos, sólo se rescataron dos rollos en blanco y negro. Yo no sé qué vendía mi jefe y qué se chorearon los militares, pero habrá sido mitad y mitad. En la agencia teníamos a los censores del material escrito y las fotos también. Pero es que no había nada para censurar, porque muertos en teoría no hubo: la guerra sin muertos. Y nosotros fotos de muertos mandábamos.”

“Había un sumbo (suboficial) que era un hijo de puta, se ponía en pedo y castigaba a los soldaditos que estaban atrás de nuestra casa, los mandaba a correr, hacer carrera march a las 4, 5 de la mañana. Pobres pendejos. Nosotros lo denunciamos y lo mandaron degradado al medio de no sé dónde. Para sacar de ese quilombo a un soldadito, dijimos que necesitábamos un telefonista, y nos mandaron a un colimba que nos arregló un lavarropa que un gran técnico no había podido.”

“En las carpitas de la foto cayeron bombas. Una vez teníamos frío y nos dijeron que agarráramos algún abrigo de una carpa. La abrimos y adentro había un soldadito muerto todavía, no lo habían levantado todavía. Yo dije no, no va. Así que nos quedamos sin abrigo.”

“De noche bombardeaban los barcos y de día los aviones. De un lado estaba el mar, del otro el Batallón de Infantería Marina 5 y en el medio nosotros. Ellos fueron a los que más les tiraron, pobres pendejos. Después te acostumbrabas para dormir, sabías que cuando escuchabas el fiuuu ya había pasado." 

"La gente de las islas no nos daba bola, todo mal. Pero tuvimos la suerte de conocerlos: donde vivíamos nosotros había una abuela con sus tres nietos. En la calle no nos saludaban pero adentro estaba todo bien. Al pibe incluso le sacamos fotos con la camiseta de Boca. Había un supermercado al que los civiles podíamos entrar y comprar de todo. Los que no podían entrar eran los soldaditos destacados por ahí cerca, que estaban muertos de hambre. Entonces capaz querían hacer tortas fritas y nosotros, con los de Canal 7, les comprábamos las cosas.”

“El pollo Farré tenía tres o cuatro rollos de la derrota. Cuando estaba haciendo fotos, vino un oficial del Ejército con rango sobre tropa, no de prensa, y le dijo: “Dame los rollos o te mato. Nosotros no podemos mostrar eso”. El tipo destruyó los rollos ahí mismo, los veló, los abrió.”

“Ayudé a los tipos para despegar el Hércules lo antes posible: había que empujarlo, todo una movida, y, encima, mientras bombardeaban el aeropuerto. Cuando despegamos me quedé solo en la parte de abajo. Sabía que volaban bajo, a 4 o 5 metros sobre el mar, para que no los cantaran los radares. Pasa que ahí a veces hay olas de 5 metros, entonces el viaje era ir bajando hasta que había un traqueteo por las olas y volvían a subir. Los tipos se agarraban las camperas fluorescentes, y yo decía la concha de su madre, los identificó un radar y están preparando el chumbo, no sé. Pero no pasaba nada.”

“Me fui aproximadamente el 28 de mayo y quedé detenido 3 o 4 días en Río Gallegos: no querían que yo fuera y dijera que los chicos no estaban bien, que tenían pie de trinchera, que no tenían ropa de abrigo. Tenían miedo de eso y me encanutaron. Ni en la agencia sabían que yo había vuelto: yo había desaparecido.”

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