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Infojus Noticias

2-4-2014|9:42|Inundaciones Buenos AiresProvinciales
Cómo sobrevivió Chicha Mariani, y su archivo, a la catástrofe

La Abuela de Plaza de Mayo que derrotó a la inundación

La madrugada del 2 de abril de 2013, en La Plata, Chicha Mariani caminó hasta lo de una vecina con el agua hasta los hombros. Así salvó su vida. La inundación mojó, embarró y destruyó su archivo: más de 10 mil fotos, miles de fojas judiciales, informes confidenciales, la memoria de 37 años de búsqueda de su nieta, Clara Anahí. Ese archivo fue y es recuperado por vecinos y militantes y la fotógrafa Helen Zout retrató ese trabajo solidario.

  • La foto emblemática de Clara Anahí, la nieta que Chicha busca desde hace 37 años Helen Zout
Por: Laureano Barrera

El 2 de abril de 2013, María Isabel Chorobik de Mariani, Chicha, hacía lo mismo que el anterior, y el anterior, y todos los anteriores de los últimos 37 años: ordenar papeles, clasificarlos en archivos, oír la lectura de textos, informes y declaraciones judiciales que sus ojos grisáceos ya no pueden leer. Buscar a su nieta Clara Anahí. Había empezado a llover más fuerte. La acompañaba solamente Lourdes, una mujer contratada por Ioma, la obra social, para cuidar a los ancianos sin familia.



“Llovía, llovía y llovía –le cuenta Chicha a Infojus Noticias, con su voz tenue, un año después de la catástrofe-. Nos preocupamos porque sabíamos que si el nivel del agua subía a la vereda podía salir por la rejilla del patio”. Cuando el agua trepó, la mujer de 90 años y su asistente, empezaron a subir papeles de los estantes más próximos al suelo. El agua barrosa entró por debajo del umbral y se expandió rápido, como una mancha venenosa. Ocupó el living y avanzó hacia las habitaciones. Estaba helada y en un abrir y cerrar de ojos les llegaba hasta las rodillas. “No sé de dónde saqué las energías para seguir subiendo los papeles”, dice la fundadora de Abuelas de Plaza de Mayo.



A pesar de la desesperación, Chicha se fue a recostar a la cama porque estaba exhausta. El colchón ya estaba empapado. En ese momento, el agua levantó la puerta del dormitorio de sus goznes y se le vino encima. “El metro de agua que había alivianó el golpe y no fue muy fuerte”. El agua ya les daba a la cintura y Lourdes se puso firme: corrían un peligro cierto. Chicha no cedía: cómo resignarse a que más de 10.000 fotos, incontables fojas judiciales, libros inhallables, informes confidenciales, toda la memoria urdida en 37 años de búsqueda, se fueran con el agua. Abrió la puerta y el agua se metió como un latigazo en el comedor. “Ahí le dije que tenía razón”, recuerda.



Chicha salió en camisón de verano a la correntada del patio. El agua le daba por los hombros. “Nos cubrió una capa de hojas secas que venía encima del torrente de agua. La desidia en la limpieza municipal. No sé cómo mi corazón, que está delicado, no me falló”, dice. Llegó a lo de su vecina, Mónica, empapada. Había otras tres señoras refugiadas.



“Fue tan amable esta señora, Mónica; nos ofreció su dormitorio. Esa noche no dormí. Es muy difícil que yo no duerma, pase lo que pase. Pero estuve en una vigilia entrecortada. Me quedé cuatro noches ahí”.



Contra todas las recomendaciones, Chicha exigió que la llevaran a su casa. El primer impacto fue brutal: la ropa mojada y desparramada, los muebles volcados, la cómoda descolada, los remedios, todo lo pequeño, se había ido con el agua. “Pero lo peor era que me faltaban los recuerdos, las fotos, las cosas que tengo para buscar a Clara Anahí mientras esté viva. Uno tiene los recuerdos dentro, pero también necesita ver, tocar, aquello que fue del hijo, de la madre, del ausente. Traté de mantenerme firme, pero se me había ido la tierra debajo de los pies”.



“El primer día baje por la escalera de Mónica, y vi cómo el patio de los cuatro PH, y las cocheras que los vecinos cedieron, se habían convertido en un gran taller de plástica, surcado por sogas, llenas de cientos de broches de colores, y todos los rincones estaban llenos de gente sacando las hojas, colgándolas en el aire, a la sombra, porque no les podía dar el sol. Había cien personas por día en el secado de forma científica. Mis amigas se llevaron la ropa, la secaron y la recuperaron”.



Durante tres meses la ayuda se sostuvo. De a poco, como el agua y la tristeza, las manos fueron drenando: cada cual debía volver a su vida y a sus propios problemas. Pero aún sobreviven pequeños grupos de jóvenes de la universidad, amigos de amigos, que siguen yendo a ordenar todo lo que se pudo recuperar.



Entre la ayuda, el segundo día llegó una vieja conocida: la fotógrafa Helen Zout (autora de las imágenes de esta nota). Las horas previas había estado retratando el desastre, pero cuando llegó a la Comisión Provincial por la Memoria –donde trabaja- la noticia de que a Chicha la habían sacado con el agua al cuello, se fueron con una compañera para allá. “Yo fui a lo de Chicha y saqué fotos del archivo porque sabía que iba a ser importante, para mi trabajo y para el de ella, pero además porque esa era la manera más cercana que yo tenía para ayudarla”, le dijo Zout a Infojus Noticias.



“Si hay algo que yo conozco –dice Chicha- es la solidaridad y la mezquindad. Pero no puedo describir lo que sentí cuando baje mirándolos. Se me cayeron las lágrimas cuando vi acá gente que no conocía con un cuidado de joyeros llevando mis cosas de un lado al otro. Y cuando entré a mi casa, encontré a gente importante desde lo intelectual, lo social y lo político, con secadores y escobas barriendo y sacando las cosas de mi casa para que se pudieran salvar”.
Chicha no sabe si todo su archivo se salvó. Pero sí lo más importante. A un año de la peor inundación de La Plata, todavía hay cajas sin abrir, y un freezer aún lleno de libros amarillentos que compraron para ganar tiempo y salvarlos de la podredumbre. “No he tenido la oportunidad de agradecer, y no sé cómo, porque no conozco a la mayoría, de todo eso que recibí”.


 

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