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Infojus Noticias

20-10-2013|11:28|Coimas Nacionales
Tramo final del juicio por los sobornos en el Senado

Pontaquarto: “Si no hay condena, será una injusticia absoluta”

El "arrepentido" de las coimas en el Senado habló con Infojus Noticias un día después del alegato de su defensa. Durante la entrevista, recordó todo lo que vivió luego de destapar el mayor escándalo político de los últimos años: "Me enfermé, tuve un intento de suicidio, una depresión que no pude salir de mi casa, balearon mi casa".

  • Pontaquarto en el estudio de sus abogados. Espera la sentencia tranquilo. Fotos: Leo Vaca.
Por: Natalia Biazzini

Un día después del alegato de su defensa, Mario Pontaquarto llegó al estudio de sus abogados Hugo Wortman Jofré y Juan Manuel Aleman en Recoleta para dialogar con Infojus Noticias. Había estado toda la mañana respondiendo preguntas de periodistas sobre la causa que en diciembre cumple diez años: los sobornos en el Senado para aprobar la Ley de Reforma Laboral, en abril de 2000. En medio de la entrevista, sonó su teléfono. Lo llamaban de la producción del programa de radio de Jorge Lanata. “No soy arrepentido de un día”, le dijo al periodista.

Llegó acompañado con sus dos custodios, porque aún está en el programa de protección de testigos. “Los voy a tener hasta que termine el juicio”, reconoció. “Somos como amigos”, confió. Estaba tranquilo, relajado. Pontaquarto denunció en 2003 el mayor escándalo político de los últimos años. Reconoció haber sido un eslabón de una cadena de corrupción, que habría permitido sancionar una ley mediante el pago de coimas a un grupo de senadores. Desde entonces, se transformó en “el arrepentido”.

Por eso el Tribunal Oral Federal 3 lo juzga junto a ocho imputados desde agosto del año pasado. Los acusados son el ex presidente Fernando De la Rúa, el ex ministro de Trabajo Alberto Flamarique, el ex jefe de la SIDE Fernando de Santibañes y cuatro ex senadores justicialistas: Augusto Alasino, Alberto Tell, Ricardo Branda y Remo Costanzo.

-En el alegato sus abogados pidieron la absolución, ¿cómo lo vivió?

-Me sentí muy mal durante el alegato. Sabía que ellos no me podían pedir una pena. Técnicamente no pueden hacer otra cosa que pedir la absolución. Si no hay condena en este juicio, será una injusticia absoluta. Se terminaría con una posibilidad histórica que tuvo la Justicia argentina: tener a alguien que confesó bancándose lo que venga.

-En algunos medios se publicó que con el alegato usted se desdijo.

-Jamás negué nada, el hecho sucedió. El 18 de abril de 2000 saqué plata de la SIDE y la guardé durante una semana en el vestidor de mi casa de General Rodríguez. Y la noche del 26 de abril le entregué 4.300.000 pesos al senador Emilio Cantarero en su departamento de Posadas y Callao, por orden del senador Costanzo. No hay otra verdad.

-¿Y usted qué papel tuvo en ese proceso?

-Mi rol fue de confeso, imputado, autoincriminado. Yo colaboré como no colaboró nadie para descubrir un hecho de corrupción en la Argentina, con todos los vaivenes de la Justicia y con todas las cosas que me pasaron a mí en el medio. En 2005, la Cámara Federal revocó el fallo de la instrucción. Yo me podría haber ido a mi casa: se dictaba la falta de mérito y esperaba pasar el tiempo. Sin embargo, no paré. Con mis abogados fuimos a la Fiscalía de Investigaciones Administrativas. Era una causa muy fuerte para que se quede en el olvido.

-¿Cuál es su análisis del juicio hasta ahora?

-Los jueces deben corroborar con pruebas más concretas. Durante estos diez años, aporté todo lo necesario a esta causa. En mis palabras finales voy a decir que todo lo que dije a lo largo de estos diez años es cierto, pero no está en mí el final de esta condena.

-¿Le parece que faltaron más pruebas condenatorias?

-Había otras pruebas por las que yo pensaba que todo iba a llegar a buen puerto. Tengo la tranquilidad de que hice todo lo que tenía que hacer. Mi rol no es encontrar la verdad, para eso están los jueces y los fiscales.

-¿Cómo evalúa el rol de la fiscalía?

-Tendría que haber ahondado más en la investigación de las cuentas de los senadores. Ver si hubo movimientos. Era sabido que si se basaba exclusivamente en el entrecruzamiento de llamados telefónicos no iba a alcanzar. Vos no podés condenar por supuestos. La fiscal dijo una frase mortal: todo “pareciera ser” que pasó como lo dijo Pontaquarto. Eso no alcanza para condenar.

-Por eso era vital la declaración de su ex mujer, Silvana Costalonga, una testigo que la Justicia desestimó.

-Silvana tuvo el coraje de hacer una presentación donde ella se autoincriminó para poder declarar en este juicio, pero el tribunal la rechazó. Ella vio la plata en nuestra casa y me acompañó al Hotel Howard Johnson con las valijas. Lo declaró ante el fiscal (Manuel) Garrido y en la instrucción con el juez federal Daniel Rafecas. Cuando comenzó el juicio, la llamaron como testigo. Era un testimonio clave en el juicio. El Tribunal, por pedido de una de las partes, decidió que con este tema del lazo familiar no podía declarar en contra del marido, o sea contra mí.

-¿Cómo es su relación con De la Rúa?

-Con De la Rúa no hablo. Su abogada (Valeria Corbacho) ha demostrado no tener códigos en el juicio: atacó con situaciones personales. Había que esclarecer el delito, qué importaba la vida privada. Y te puedo asegurar que en veinte años de secretario parlamentario conozco la amante “uno”, la “dos” y la “tres” de muchos y en el juicio no hablé de la vida privada de nadie.

-¿Cómo se lleva con el resto de los imputados?

-En las primeras audiencias me insultaron por lo bajo Alasino y Costanzo, hasta que me planté y les dije que vengan de frente. Con Tell tenemos una buena relación. De Santibañes es un perverso.

-¿Por qué lo califica de perverso?

-Porque fue la persona que habría convencido a De la Rúa para hacerlo. Él tenía la caja negra para eso. Además de perverso, es un desprolijo porque en cada situación del juicio presentaba pruebas a destiempo. Después de diez años, se acordó de que ese día se murió la suegra. Después dijo que estuvo en San Martín de los Andes, después que no, que estaba en Chicago.

-Una de las cosas que marcó la fiscalía fueron los llamados telefónicos entre usted y De Santibañes.

-Llamó poderosamente la atención que en seis meses los únicos llamados míos con De Santibañes, Cantarero, Costanzo y Alasino fueron el 18 y el 26 de abril. Nunca antes hablamos por teléfono. Pero eso no alcanza para condenar. Si yo hubiera tenido una foto de la plata, si hubieran estado estos celulares diez años atrás, otra hubiera sido la historia.

-De todos los imputados, la fiscalía pidió la absolución de Flamarique y Branda.

-Flamarique no me habla y Branda me dijo que sabía que yo no tenía nada que ver con su imputación. Me acuerdo que apenas hice la denuncia, se me acercó un chico de unos 18 años y me dio la mano: “Soy el hijo de Ricardo Branda. Le agradezco mucho lo que hizo”. Lo dijo socarronamente. Me golpeó muchísimo, porque mi hijo tenía entonces la misma edad. Ahora, en el juicio, me vino a saludar bien. Los chicos no tienen la culpa. Yo asumí un rol de denunciar y pagar las consecuencias. Sé que genera dolor en todos lados, que se acabó la carrera política de todos ellos más allá de la decisión de la justicia, y que está instalado en la sociedad que el delito existió.

-¿Cómo era su vida antes de la confesión?

-Era una persona con un enorme poder dentro del Congreso Nacional. Participaba de esa corporación política que me llevó al delito de corrupción. Era un corrupto. Me di cuenta de que el poder es una cuestión pasajera.

-¿Y después de la denuncia?

-Intenté transformar mi vida. Ahora trabajo en una multinacional, en el área de responsabilidad social. No es fácil decirle a un hijo que uno es un corrupto. El proceso más duro fue después de la denuncia. En un momento todos hablaban de mi vida privada, inventaban que yo era un jugador, que tenía una doble vida, que tenía todos los vicios habidos y por haber. Cuando vos hacés una denuncia de estas características te tratan de denostar de cualquier forma, pero no pudieron.

-La pasó mal.

-Sí. Me enfermé, me hice insulinodependiente, tuve un intento de suicidio, tuve una depresión de la que no pude salir de mi casa por siete meses. Balearon mi casa, hirieron a mi custodia y creí que se moría en mis brazos. El primer trabajo que conseguí después fue de lavacopas en un bar cubano.

-¿Cree que su denuncia sirvió más allá de lo personal?

-Si no hay condena, no sirve. Si la hay, no genera dudas. A mí la gente me cree, pero le cuesta entender por qué mis abogados pidieron la absolución.

-¿Volvería a la actividad política?

-No. Di un paso que en la política no se da: los políticos no denuncian a sus pares. Ahora estoy trabajando mucho en la política de River. Suplanté la rosca política por la del club. Ahora me divierto más. 

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