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Infojus Noticias

27-10-2013|12:35|Censura Nacionales
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La historia de la revista que desafió a los militares

"La justicia condenada": la nota que la dictadura le censuró a Humor

El periodista Diego Igal acaba de publicar el libro "Humor. Nacimiento, auge y caída de la revista que apenas superó la mediocridad general", de Editorial Marea. A continuación, un fragmento del capítulo 7, en que cuenta cómo fue la censura al número 97, en enero de 1983. Los militares secuestraron los ejemplares de los kioscos a raíz de una nota.

  • Andrés Cascioli, director y alma mater de Humor. Murió en 2009. Télam.
Por: Diego Igal

El final de Malvinas colocó al gobierno de facto en una pendiente. Ni el relevamiento de Galtieri ni la llegada de Bignone lograron evitar el principio del fin. "Al Proceso le dicen 'Hum®', porque se agota", decía el cabezal de uno de los dos números de agosto. La revista había arrancado el ‘82 en 150 mil ejemplares por quincena. La cifra se incrementaba mes a mes. Eso permitió redoblar el paso. En septiembre Mona (Moncalvillo) ya había entrevistado a Pérez Esquivel y el mes siguiente a Hebe de Bonafini y las Madres de Plaza de Mayo. "Después de Malvinas, perdimos el poco o mucho miedo que experimentamos", reconoce hoy Gregorich.

Los rumores de clausura llegaron a fines de octubre. Fue luego de que Bignone decidiera en menos de cinco días cerrar La Semana (el semanario de Editorial Perfil que antecedió a Noticias de la Semana), Quórum (del italiano radicado en el país José Palozzi y de Guillermo Patricio Kelly) y Línea (una revista política de orientación peronista que dirigía el historiador José María Rosa). El propio gobierno tuvo que salir a aclarar en público que Hum® no correría la misma suerte luego de que una veintena de cronistas se acercara a la calle Salta para cubrir la noticia. Cuando en la redacción no se recibían amenazas de bomba o la visita de personajes extraños, varios Ford Falcon merodeaban el edificio o policías de civil pedían documentos, revisaban, acosaban. Vázquez podía dormir alguna noche en el apart hotel del Bauen (otro canje), más por cautela que por algún dato cierto. Los artículos que escribía tocaban donde nadie más se animaba, sin sutilezas y con información pura y dura. "Por tu culpa vamos a volar todos por el aire", le reprochaban, medio en broma, medio en serio, algunos compañeros.

En el número 90, la columna de Vázquez dio cuenta por primera vez en la prensa argentina acerca del rol de Alfredo Astiz en la desaparición de Dagmar Hagelin y las monjas francesas. Cascioli y Vázquez (designado junto a Fabre en la secretaría de redacción) fueron invitados a cenar una noche de esos días por alguien que se identificó como miembro del gobierno. Cuando entraron al restaurante se dieron cuenta de que solo había seis uniformados y el personal gastronómico: el lugar había sido cerrado para la "comida". Hacia los postres, los militares hicieron saber que no querían que se publicara la entrevista que Soriano le había hecho a Hipólito Solari Yrigoyen. (...) Pero lo curioso es que cuando los militares exigían censurar ese reportaje, los pliegos de la revista ni siquiera habían llegado a la imprenta. No lo aceptaron y la entrevista salió como estaba previsto. (....).

Los militares ya habían anunciado elecciones democráticas para octubre de ese 1983 que darían por terminado el régimen militar. El primer número de enero de Hum®, el 97, tenía en tapa la tradicional imagen de mujer que porta espada y balanza, lleva venda en los ojos y representa a la Justicia, montada en una patineta detrás de Cristino Nicolaides, entonces jefe del Ejército y miembro de la junta militar que encabezaba Reynaldo Bignone y presidía el país. La caricatura mostraba que la patineta estaba levantada y ambos ocupantes perdían el equilibrio. Adentro Vázquez revelaba las amenazas que habían llevado a exiliarse en Brasil al juez federal Pedro Narvaiz. En el tribunal del magistrado se colaboraba con Italia para dar con las ramificaciones en círculos castrenses criollos de la logia Propaganda Due y por otro lado el nombramiento como funcionario argentino de Licio Gelli, mandamás de esa organización; se tramitaba un expediente sobre maniobras en torno a la represa de Yacyretá y en la empresa estatal Yacimientos Petrolíferos Fiscales y el secuestro y desaparición de Fernando Branca, entre otras causas.

(…) En la nota de la patineta -titulada "La justicia condenada"- Vázquez reproducía un diálogo entre Narvaiz y el auditor del Ejército Héctor López Domínguez en el que el militar le aseguraba al magistrado que Nicolaides "estaba muy irritado" con los recursos de hábeas corpus que él admitía en beneficio de presos políticos, que se analizaba incluirlo en un "Acta Institucional" y que "los oficiales jóvenes, que tienen las manos manchadas de sangre, piden su cabeza". El magistrado decidió renunciar y marchar al exilio. Consiguió dos pasajes a Río de Janeiro para el sábado 18 de diciembre. Hizo cuatro copias de las últimas sentencias que había dictado y del texto de la dimisión. Una ordenanza del juzgado la llevaría el martes siguiente a La Razón, La Nación y La Prensa. De Clarín se encargaría en persona: el viernes anterior a volar a la cidade carioca, Narvaiz citó a Gregorich en el bar El Foro de Corrientes y Uruguay. Se conocían del secundario y ahora el periodista era editorialista y jefe de la edición internacional de Clarín, además de colaborador en Hum®. Narvaiz quería contarle qué pasaba y darle el mismo sobre que iría para la competencia. Le suplicó no revelar el tema hasta el martes cuando llegaría a los otros tres diarios y él ya estaría lejos.

Aquel martes, también se enteró Vázquez. Pero de casualidad porque estaba en la confitería de Clarín mientras tomaba un café con un amigo al que había ido a visitar. Allí también escuchó que Joaquín Morales Solá y Ricardo Kirschbaum discutían a los gritos y cuando pararon la oreja supieron por qué. Luego, Gregorich amplió y dio las precisiones. Cuando volvió a la redacción, Vázquez conversó del tema con Sanz y Cascioli. Lo que más les preocupaba era que los diarios les sacarían la delantera. Al día siguiente vieron la noticia de la renuncia y la salida al exterior de Narvaiz, pero no con los detalles que tenía Vázquez. Era posible que Morales Solá ampliara el tema en el habitual panorama de domingo que escribía en el autoproclamado gran diario argentino.

Igual decidieron que Vázquez escribiera y cerrara con eso. Era uno de los últimos en entregar y muchas veces "enterraba" el cierre, que ya de por sí eran largos -podían durar hasta 24 horas- porque al ser una editorial chica no había turnos ni mucho personal. Y entre que se terminaba todo y se llevaba a la imprenta pasaba hasta una semana. Pero el domingo la columna de Clarín no mencionaba nada. Cuando salió la revista, Vázquez puso los condimentos de la renuncia en una impensada exclusiva. Estaba en el número 97 que salió de las rotativas entre el lunes 10 y el martes 11 de enero.

Como hacía siempre, Juan Zahlut fue cerca del mediodía hasta Fabril Financiera, en Vieytes y California, en Barracas, donde imprimían entonces. (…) Ese día en vez de los 50 ejemplares que se llevaba de la imprenta tomó 150. Cuando llegó a Salta 258 se enteró del llamado del abogado de la empresa Eduardo Miranda (el ex socio de Terragno) que alertaba que el gobierno militar había ordenado a la Policía Federal secuestrar el número. La correctora Ibargüen recuerda que el temor de un allanamiento hizo sacar del edificio algunas cosas valiosas como los originales de las tapas. El operativo comenzó por la mañana en la imprenta y en las playas de la distribuidora Machi, se extendió por el resto del día a algunos kioscos e incluso a las rutas donde hombres de civil pararon los camiones que repartían al interior. "Tano, quedate tranquilo que yo te las distribuyo", le prometió a Cascioli Ángel "Cholo" Peco, dirigente histórico de la Sociedad de Distribuidores de Diarios, Revistas y Afines. Así fue.

(…) La decisión del gobierno fue un escándalo de proporciones y adquirió una repercusión impensada. El decreto anunciaba el inicio de acciones legales. Miranda consensuó con Vázquez que lo mejor era conseguir el testimonio de Narvaiz. A través del despacho en Tribunales que había abandonado supieron que estaba en Río de Janeiro. Allí volaron. Se alojaron en el hotel Everest, cerca de Ipanema. Llamaron a Sagramor Viana, una abogada carioca amiga del juez que le alquiló un departamento de un ambiente en el barrio carioca de Leme para que se refugiara con su mujer de manera temporaria. Narvaiz llegó en pocas horas. Parados en el lobby del hotel, ratificó los diálogos con López Domínguez que Gregorich le había inferido a su vez a Vázquez, pero como pensaba seguir viaje a Madrid y no regresar a Buenos Aires le dijo a Miranda que no tendría problemas en declarar por exhorto (a través de un juzgado español que enviaría el escrito por correo).

En los tribunales porteños, la causa iniciada por el gobierno recayó en el juzgado federal de Oscar Salvi. (…) El día del trámite conciliatorio el despacho del juez lucía impecable como siempre. Cascioli, Sanz, Vázquez, Gregorich y Miranda se sentaron en uno de los sillones de madera ordinaria. Vestían de sport y algunos estaban bronceados porque la noticia los había sorprendido de vacaciones. En otro asiento similar se repartieron abogados de los estudios jurídicos más costosos de Buenos Aires. Representaban a los militares en el poder.

-Secretario, lea los agravios por favor...

-Sí, doctor. En Buenos Aires, a los 11 días del mes de enero...

Salvi tomó un ejemplar de la revista secuestrado, mientras escuchaba atento los términos de la demanda presentada escrita, como todas, en el lenguaje enrevesado de los hombres del derecho. El clima solemne contrastaba con lo que Salvi decodificaba en la caricatura de la tapa. Mientras, el secretario leía el agravio sufrido por Nicolaides. "Esta imagen se considera deshonrrante [sic] y desacreditante, pues el Comandante en Jefe del Ejército no conduce los destinos de la justicia, no invade la esfera propia del Poder Judicial y mucho menos lo realiza a través de un medio (-la patineta-), que es reservado a la persona de poca edad y que se caracteriza por su inseguridad...".

En ese momento, el juez se tapó la nariz y la boca con la mano derecha. Se levantó de golpe. Tiró la revista sobre el escritorio. Carraspeó para disimular, pidió permiso y salió raudo. De sus ojos brotaban algunas lágrimas. Todos quedaron en silencio sin saber qué hacer. Los demandados tenían la vista clavada en la nada y evitaban mirarse entre sí para no tentarse. Salvi volvió a ingresar al despacho y le ordenó al secretario de mala manera y tono cortante que terminara de leer la demanda, que además de cuestionar la tapa, cargaba contra la nota de Vázquez y la de Gregorich.

-Muchas gracias, secretario. A ver, la querella unifique personería porque no puede haber tantos abogados en un solo tema y porque los agravios son comunes y luego vemos cómo sigue esto. La audiencia terminó. Desalojen el juzgado por favor. Muchas gracias, buenos días.

Todos se quedaron atónitos y en silencio se retiraron. A la media hora, la secretaria privada del magistrado tocó la puerta del despacho.

-Doctor Salvi, acá está el señor Cascioli que le quiere hacer un comentario...

-Cómo no, que pase...-Cascioli entró temeroso. Extendió la mano:

-Doctor, la verdad que no nos defraudó. Nos habían dicho que era lector de la revista...

-No, lector no, pero me gusta mucho el humor político. Suelo chusmearla de vez en cuando. Este número acabo de verlo...

-Se nota que le gustó.

Salvi no entendió la indirecta, y como no hizo otro comentario, Cascioli lo volvió a saludar y se fue. Años más tarde Salvi le contaría a Cascioli que el motivo por el que se había retirado de la audiencia fue porque no podía más de la risa. Narvaiz volvió del exilio en 1984, cuando ya había asumido el gobierno democrático, y un día se encontró en Tribunales con Miranda. Le dijo que nunca le habían requerido testimonio. Ni lerdo ni perezoso, el abogado de La Urraca le dijo de declarar en ese momento y así fue. Debe haber sido una de las últimas fojas del expediente, uno de los cinco que Vázquez tenía al finalizar el gobierno militar que dejó la Casa Rosada el 10 de diciembre de 1983.

La censura al número 97 terminó por montar a la revista en la cresta de una ola. Al terminar la feria de enero, el juez Héctor Buján ordenó la libre circulación de la edición prohibida. Se reimprimieron algunos ejemplares. Los números del IVC mostraron que los dos números posteriores al secuestrado vendieron en promedio alrededor de 310 000 ejemplares. Luego las ventas recuperaron el promedio que oscilaba entre 200 000 y 170 000. Lo que no se consiguió fueron los 180 000 ejemplares secuestrados que nunca aparecieron.

(…) En esos días no se sabía si detrás del secuestro no venía la clausura no solo de la revista, sino de toda la editorial. Luego vino la resolución de Buján y el gobierno pareció replegarse, tal vez agobiado por problemas más acuciantes. El episodio, lejos de hacerlos retroceder como cuando en los primeros años intercalaban palos a la farándula con alguna caricatura política, llevó a la revista a redoblar la apuesta y además de cuestionar las políticas dictatoriales y ridiculizar a los jefes, comenzó a exigir de una manera más directa una rápida llegada de la democracia, sin condicionamientos ni prebendas.

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