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Infojus Noticias

30-8-2015|10:00|Inteligencia Nacionales

La inteligencia policial sobre el Woodstock argentino

Una serie de seguimientos e informes de inteligencia elaborados por la Policía Bonaerense frustraron el Primer Festival de Música Joven, el “Woodstock argentino”, en octubre de 1970. Fue difundido por la Comisión Provincial por la Memoria, que tiene a su cargo el archivo policial, que fue descubierto a fines de los noventa.

  • Comisión Provincial por la Memoria
Por: Martín Cortés

“Entonces Lobos fue una fiesta, aunque a medio trapo: circuló el calumet de la paz, se tañeron las guitarras, trepó airoso el sonido de las flautas, los cuerpos se broncearon al sol. Entre los juncales crecieron las risas y los cantos y pocos se sustrajeron al llamado del amor”. En octubre de 1970, la revista Panorama reseñaba de esta forma un encuentro que podría haber sido histórico: el Primer Festival de Música Joven, el “Woodstock argentino”, menos de un año después del original. Todo estaba programado para que jóvenes de todo el país escucharan a las bandas del momento y acamparan un fin de semana junto a la laguna de Lobos. Pero un informe de inteligencia, hoy perteneciente al archivo de la DIPPBA y difundido por la Comisión Provincial por la Memoria, provocó la suspensión del festival no una, sino dos veces en medio de la debilitada dictadura de Juan Carlos Onganía.

El seguimiento de la Policía bonaerense fue en ese contexto, acelerado y politizado, de fines de los 60, en esa ‘época dorada’ del capitalismo de posguerra. Junto al surgimiento de los estados de bienestar hubo una escalada en las luchas sociales en todo el mundo que fue reprimida de diferentes maneras. Los movimientos por la descolonización en África y el Sudeste Asiático, el Mayo Francés, el movimiento estudiantil mexicano, las protestas contra la guerra de Vietnam y anti racistas en Estados Unidos, la elección de la Unidad Popular en Chile y, en Argentina, el Cordobazo, fueron parte de ese proceso. Todos compartían algunos rasgos: la alianza entre sectores universitarios y obreros, las protestas callejeras y la represión estatal.

Para la misma época crecía en todo el mundo una nueva cultura joven y una rama entera de la publicidad, la música o la literatura exaltaban valores asociados a la juventud. El mayor símbolo de eso fue el movimiento ‘hippie’, nacido en la costa oeste de Estados Unidos y exportado a todo Occidente. Este fenómeno y el anterior eran paralelos y no siempre se cruzaban, salvo a los ojos de las Fuerzas Armadas, entrenadas en la contra insurgencia para detectar a los enemigos internos ‘infiltrados’ entre la población.

En medio de la ‘ola hippie’’, el conductor radial Edgardo Suárez organizó un festival en un marco natural como la laguna de Lobos. Durante un fin de semana de septiembre de 1970 tendrían lugar expresiones artísticas tradicionales como el folklore y el tango, pero sobre todo la música ‘joven’, con bandas como La barra de Chocolate, Manal, Los Gatos, Miguel Abuelo, La Cofrafía de la Flor Solar y otras. Se venía el Woodstock argentino.

“Es afecto a las drogas”

La policía quiso saber de qué se trataba. Desde el Cordobazo, una señal de alarma se había prendido. Obreros y estudiantes cordobeses habían hecho desbandar a la policía y la dictadura había tenido que movilizar al II Cuerpo del Ejército. Las asambleas estudiantiles se hacían en sedes sindicales como Luz y Fuerza o SMATA. Los estudiantes de Química tiraban bombas lacrimógenas caseras; los de Veterinaria usaban perros y ratas para distraer a los caballos policiales. El barrio Alberdi, con mayoría estudiantil, era un campo de batalla plagado de colchones y muebles aportados por la clase media. Esta alianza heterogénea de sectores había herido de muerte a Onganía y su proyecto tecnocrático-autoritario. Fracasaba el plan de Kriger Vasena para quebrar la unidad obrera, concentrar el capital y extranjerizar la economía. Y en ese cambio de rumbo histórico, los jóvenes habían sido protagonistas.

El Servicio de Informaciones de la Policía de la Provincia de Buenos Aires comenzó a investigar: en su informe declararon que “se considera de absoluta necesidad instalar un Comando en el Paraje (...) ya que debido a la clase de personas que concurrirán a éste (‘hippies’), podrían producirse situaciones de roce”. Sobre Suárez, el organizador,  evaluaron que “su conducta es muy discutida, ya que circulan en el ambiente artístico rumores que es afecto a las ‘drogas’. Asimismo se tiene entendido de que sería de ideario ‘marxista’, no contándose con antecedentes al respecto”.

Los agentes de inteligencia tenían a su disposición todo tipo de herramientas de espionaje, pero decidieron no buscar esos supuestos antecedentes de Suárez: para la época, una sospecha de este tipo ya se daba por cierta. Lo mismo pasa con el resto de los organizadores: toda la información que la policía pudo recabar está basada en rumores, “insistentes versiones” e informaciones incompletas.

El informe deja ver que la policía se topaba con un fenómeno sin precedentes. Piden el apoyo del intendente porque la realización del evento “aparejaría una responsabilidad enorme para las autoridades, ya que no se cuenta con experiencias de estos festivales”. De todas maneras, avisa que la gente llegará al festival por la ruta y no pasarán por el centro de Lobos, por lo que “no va a haber prácticamente contacto entre población y hippies”.

Rockeros, bonitos, educaditos

Poco antes del festival, en junio de 1970, Montoneros había asesinado al dictador Pedro Eugenio Aramburu, pero faltaban algunos meses para el auge de las organizaciones guerrilleras: el enemigo no había sido redefinido en los términos ‘setentistas’ habitualmente asociados con el terrorismo de estado posterior. Por eso, aunque la finalidad del festival fuera estrictamente comercial y lo financiara Coca Cola, la policía veía un potencial peligro en esa juventud y su relación con el alza revolucionaria.

El festival, previsto para recibir a la primavera, se suspendió y fue reprogramado para octubre, cuando volvió a ser cancelado. Pero esa vez algunos jóvenes se acercaron igual. No fueron treinta mil, como calculaba el informe, sino unos pocos cientos. Miguel Grinberg, escritor, periodista y referente de esa generación, contó a Infojus Noticias que, si bien las bandas no tocaron, “la parte convivencial se terminó haciendo”, como atestigua la revista Panorama citada al comienzo.

Esa crónica, por ejemplo, recoge el testimonio de un hombre de 48 años que dice: “La juventud quiere estar con el sol, con la luna, con la naturaleza y alejarse de las ideologías. Lo que se buscaba era lograr la paz, sin descuidar los fines comerciales. Paz y comercio es nuestro lema”. Un joven de 27 años dijo a la revista Siete Días: “Estos que están aquí son chicos ahogados por el establishment, que se sienten desesperados y que dan un grito y salen corriendo; pero a mí me parece un fenómeno muy positivo”. Su objetivo, en línea con el movimiento hippie, no era transformar la sociedad, sino construir algo distinto lejos de ella.

El informe y los artículos de prensa parecen indicar que la juventud de la época había hecho propios los valores, el estilo de vida y la vestimenta hippies en masa. ¿Era así? Para Grinberg, “los hippies eran un pequeño segmento con esa mística, la mayoría era gente joven muy corriente. La revista Así, del diario Crónica, cuando iba a los festivales los fotografiaba a ellos, pero era sólo una parte”. Esa parte de la juventud quizás fuera la que más llamaba la atención de las autoridades, pero era la que planteaba transformaciones menos radicales comparadas con las organizaciones guerrilleras que comenzarían a actuar durante esa década.

MC/PW

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