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Infojus Noticias

5-8-2013|14:15|Nuevos Jueces Nacionales
Perfil de la jueza más atacada por la oposición y sus colegas

Garrigós, la enemiga número uno

En pocas semanas María Laura Garrigós de Rébori será la presidenta de la nueva Cámara de Casación ordinaria. Su pertenencia a la Asociación Justicia Legítima la puso en el foco de los debates parlamentarios. Sus fallos históricos y polémicos en las causas Cromañón y Menem vs Verbitsky. El feminismo en una justicia de raigambre patriacal.

  • Sergio Goya
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Por: Irina Hauser

Si se hubiera guiado por el puro deseo, María Laura Garrigós de Rébori habría estudiado la carrera de historia, o la de letras. Se hubiera quedado sumergida en novelas, con música de fondo, de ahí a la eternidad. Pero su mamá se opuso. “¿De qué pensás trabajar? ¿Querés ser una profesora de secundaria toda tu vida?”, la acorraló. Una prima terminó convenciéndola de que lo suyo era el Derecho. “Siempre tenés la posibilidad de dedicarte a la historia del Derecho”, fue la forma de tentarla. “Malala” –como le dicen con cariño a Garrigós— no tenía mucha idea de qué se trataba la carrera, pero ahí fue. Menos que menos imaginaba que sería jueza, y que un día estaría en los titulares de los diarios. Como le pasó con algunas causas que hicieron historia, o como le pasa ahora que va a integrar una nueva Cámara de Casación Penal, una designación que los senadores de la oposición intentaron boicotear debido a su carácter de presidenta del movimiento judicial crítico Justicia Legítima.

Para convertirse en la presidenta de la nueva Cámara de Casación ordinaria, el tribunal más importante antes de la Corte, sólo falta que la presidenta Cristina Fernández firme los decretos correspondientes a los 51 pliegos que fueron aprobados la semana pasada en el Senado.

En la audiencia pública previa a la aprobación de su pliego y el de sus otros nueve colegas jueces, los radicales se encapricharon con el de ella y se pasaron casi dos horas interrogándola (cuatro veces más que al resto) sobre las actividades de Justicia Legítima y sus críticas anticorporativas al sistema judicial expresadas, entre otros eventos, en una manifestación frente al Palacio de Justicia, que calificaron como “falta de respeto”. “Si la crítica fuera una falta de respeto, su actuación en este momento sería una falta de respeto hacia mi persona”, le contestó ella al senador Mario Cimadevilla.

Esa audiencia la fortaleció, incluso ante sus nuevos compañeros de tribunal. Algunos se morían de ganas de aplaudirla ante cada respuesta que daba con la mejor de sus sonrisas. La misma que tiene cuando explica lo que encontró en Justicia Legítima no es un ámbito de militancia sino de discusión y la esperanza “de modificar el sistema feudal de tribunales” como lo quiso “toda la vida”.

Deportes no, a mí dame un librito

“Malala” nació el 4 de febrero de 1954. Así la apodó una amiga de su abuela, que alegó que “así se les dice a todas las María Laura”. Era la primera hija de un matrimonio de empleados de clase media. Su hermano, un prestigioso químico, nació cuatro años después. Su mamá se llama Cleofé Laura Biech, tiene 88 años y es hija de madre española. Su papá, Julio César Garrigós, séptima generación de argentinos, trabajó años en el Mercado de Hacienda y luego en una importadora-exportadora de cereales que manejaba su suegro, donde también Cleofé aportó su granito de arena hasta que se dedicó a la crianza de sus hijos y los quehaceres de su casa. Los hermanos Garrigós se criaron en un departamento antiguo en San Telmo por donde entraban y salían asiduamente otros familiares y amigos, que sentían el lugar como propio, al punto de hacer arreglos o cambiar la cerradura sin pedir permiso. En esa misma casa la jueza criaría muchos años después a sus propios hijos.

Garrigós de Rébori hizo la escuela primaria y la secundaria en el Lenguas Vivas, cuando todavía era solo para mujeres. “Es una chica buenísima”, decían de ella por lo aplicada y obediente. Fuera de la agenda escolar, su vida hasta la adolescencia transcurrió entre clases de guitarra, dibujo, pintura, danzas y deportes en el club Obras Sanitarias. Era una obsesión de su mamá que hiciera todo eso. Malala creía que no se daba la más mínima maña para todas esas actividades. Uno de sus peores recuerdos la pinta con pollerita y raqueta de tenis sobre el polvo de ladrillo una mañana de sábado gris con una temperatura de cero grado. A los 14 años se rebeló y dijo que no quería más de eso: “A mí dame un librito y un poco de música. No voy más”.

Coser y tejer son dos de los aprendizajes escolares que la acompañarían por siempre. Le gusta tejer en la playa, en Chapadmalal (donde tiene casa) y hacer ropa para ella o para otros. Con los idiomas desarrolló un alto fanatismo, que tendría años más tarde con el derecho. Además de lo que de por sí le enseñaban en la escuela, tomaba clases de refuerzo. Profundizó en el inglés y francés, y también incursionó en el italiano. Así, estudiando inglés en Icana, fue donde conoció en 1970, a los 15 años, a quien hasta hoy es su marido, Horacio Rébori. No lo soportaba al comienzo, discutían por nada. Dos años después se reencontraron en otro curso. Ella estaba leyendo “Los Mandarines”, de Simone de Beauvoir. Él ya lo había leído. Charlando de literatura, prestándose libros y con encuentros para que él la ayudara a rendir química, se pusieron de novios.

Su primer trabajo fue como profesora particular de inglés. Lo que ganaba lo aportaba para su casa: era años duros para la economía familiar. Después, gracias a una amiga de su mamá, entró en una escribanía. Con su primer sueldo se compró una camisa blanca bordada, muy elogiada cuando la llevó puesta a la oficina al día siguiente.

El camino del pinche

La última dictadura la sorprendió estudiando Derecho, de donde egresaría con un aceptable promedio de 7 puntos. Apenas unos meses antes del golpe de Estado había conseguido su primer trabajo en tribunales.

Hizo una típica carrera judicial: se inició como “pinche” (como se llama a los empleados de menor jerarquía que hacen de todo, hasta el café) gracias a un tío de su pareja que era camarista. Era el juzgado 12, que comandaba una de las pocas juezas mujeres de la época, Laura Damianovich, quien paradójicamente sería destituida por los militares por habilitar torturas a detenidos. Garrigós descubrió en su primer día de trabajo que en el Palacio de Justicia no había baños para mujeres, y se tuvo que aguantar las ganas de ir. Al día siguiente preguntó cómo hacía, y la contactaron con un juzgado civil, que tenía su propio baño, al que le permitían ir.

El 2 de febrero de 1977 un grupo de tareas secuestró a su suegro, Humberto Rébori, un agrimensor, demócrata progresista, muy amigo del fiscal Ricardo Molina. También fue secuestrado el hermano del suegro, un abogado laboralista que había sido titular de Filosofía del Derecho. Ambos están desaparecidos. El caso salió en los diarios en 1979, cuando el abogado Eduardo Barcesat consiguió que la Corte Suprema lo admitiera como querellante en la causa a pesar de que no era damnificado directo. Fue entonces que la jueza Damianovich la llamó a su despacho y le preguntó si ella tenía algo que ver con los Rébori de ese caso. “Si es un tío no importa”, le dijo primero. Garrigós dijo que también había sido secuestrado su suegro. Damianovich no hizo comentarios. A la semana siguiente, cuando Garrigós cometió un error sonso en un expediente y, a pesar de que era la empleada con mejor calificación, le pidió la renuncia. Unos días después, Garrigós consiguió canjear de lugar de trabajo con otra empleada del juzgado de Dafis Niklison (padre).

Aunque no le importaba casarse por iglesia, Garrigós lo hizo. Fue el 28 de diciembre de 1977, con su novio de los 15 años. Tenía una compañera de trabajo en Tribunales a quien por no pasar por la iglesia nunca la ascendieron. Su boda fue en la parroquia de San Telmo, con el coro de niños del Teatro Colón, y, cosas del destino, la ceremonia estuvo a cargo de quien sería un abanderado de la ultraderecha católica, monseñor Héctor Aguer. La jueza tiene las fotos guardadas en su computadora y suele mostrarlas con cierto aire de resignación. Ese mismo año su marido, que estudiaba ingeniería dejó la carrera y se puso una empresa constructora. Ante la desaparición de su padre tuvieron que ocuparse de los hijos que había tenido en un segundo matrimonio.

Garrigós de Rébori nunca tuvo militancia política, aunque participó activamente en el centro de estudiantes del Lenguas Vivas. Su compañera de banco de la secundaria, Marcela Bruzzone, está desaparecida. Su marido, en cambio, había estado muy ligado a la vida política de su padre. Durante su carrera judicial, lo que sí tuvo Garrigós fue una participación intensa en la tradicional Asociación de Magistrados, a la que sigue asociada. Allí cultivó afinidades en listas de todo tipo y color, desde la más progre hasta la más aristocrática: de la azul, pasando por la blanca, hasta la bordó, que es el oficialismo actual en la entidad. Ahora sigue, ha explicado cuando le preguntan, porque es la única vía que le queda para poder participar en la elección de consejeros de la Magistraturas.

Zaffaroni, el Perro y las supremas

La mayor parte de la actividad académica de Garrigós, fue cerca de Rául Zaffaroni, con quien dio clases en la Universidad Católica de La Plata y, en democracia, en la UBA. Cuando Zaffaroni era camarista se enteró que había un concurso para ser secretaria interina, y así fue que logró el ascenso y empezó a trabajar en el juzgado de Oscar Rawson Paz. El juez la aceptó a regañadientes, diciéndole que “no tenía más remedio”. Al final, fue ese juez –con quien trabajó ocho años—quien terminó haciendo fuerza para que la nombraran jueza correccional, en 1992, cuando el menemismo creó 400 cargos y no tenía tantos amigos como para llenarlos. Cuando llegó encontró una pared cubierta de cajas y expedientes fragmentados: había 3000 causas.

Pasó tres meses casi sin dormir, hasta que logró acomodar todo. Ahí, suele contar ella, le empezó a encontrar el gustito a la carrera que había elegido. Entonces le pasó lo inimaginable: le tocó una causa en la que el entonces presidente Carlos Menem querelló por calumnias e injurias al periodista Horacio Verbitksy.

El “Perro” había escrito un artículo cuestionando los ascensos de los represores Juan Carlos Rolón y Antonio Pernías en el que decía, además, que Menem no había sido torturado durante la última dictadura y que Lorenzo Miguel decía que cuando estaba cautivo en el barco lloraba como un chico aunque no le cortaban las patillas. El juicio tuvo de todo: debates sobre qué es tortura y debates sobre libertad de expresión.

Garrigós absolvió a Verbitksy y a los directivos de Página/12 reivindicando la labor periodística y el derecho a informar asuntos de interés público. “Nena, ¿por qué no dijiste que eras jueza?”, la encararon sus vecinas cuando la vieron en los diarios. Garrigós es una mujer que suele hablar con todo el mundo. Le gusta ser sociable. Charla en el ascensor, en el almacén, donde sea.

Tuvo sus tres hijos en los ochenta. Todos varones que jugaban a la pelota en el living de la casa. Solo uno estudió derecho. Los otros se volcaron a la ingeniería.

En los noventa participó en la fundación de la Asociación de Mujeres Juezas, donde entendió de qué se trataba el “feminismo” y, en especial, encontró un ámbito de participación y discusión horizontal, de la mano de Carmen Argibay y Elena Highton de Nolasco. De ambas fue muy amiga. Con ambas la relación se resquebrajó este año cuando la entidad le transmitió que no admitía su pertenencia a Justicia Legítima.

A la Cámara Criminal y Correccional, que todavía preside, llegó por concurso en el 2004. Algunos de sus compañeros la recuerdan gritando por teléfono, discutiendo con colegas suyos que se resisten a aplicar la oralidad en las causas (la única forma de ver trabajar a los jueces) y dejar registro grabado de ellas con el falso argumento de que no hay recursos. “¿Que no hay recursos? Con esto que estoy hablando podría grabar una audiencia si quiero”, exclamaba ella, celular en mano.

Como camarista, tuvo uno de sus momentos más amargos, o tensos, después de decidir junto con su colega Gustavo Bruzzone otorgarle la libertad a Omar Chabán en la causa por el incendio de Cromañón. Hasta tuvieron una acusación en el consejo de la Magistratura (que terminó archivada). El día que declararon en el Consejo, todos sus compañeros en tribunal fueron a darles apoyo.

Garrigós vive en el límite de los barrios Monserrat y Constitución. Desde allí camina todos los días hasta su trabajo. Es coqueta: usa accesorios y combina la ropa que se pone. No se tiñe el pelo y luce una melena blanca. Tal vez por eso el artista plástico Daniel Santoro no la reconoció cuando se toparon hace muy poco en la calle. Santoro era novio de la prima de unos amigos, hace añares, y mucho antes de que a ella siquiera se le ocurriera que podía llegar a ser jueza él la dibujó con toga y birrete, en una obra que tiene enmarcada en su despacho. “Soy Malala -le dijo ella, cuando vio que él no la registraba— Te aviso que soy jueza”.
 

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