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Infojus Noticias

10-5-2014|13:00|Aniversario Nacionales
A 40 años del asesinato de Carlos Mugica

El mito de que Firmenich mató a Mugica

En este extracto del libro "Firmenich. La historia jamás contada del jefe montonero" (Aguilar, 2010), los autores Felipe Celesia y Pablo Waisberg cuentan cómo la Triple A intentó volcar las sospechas del crimen del sacerdote sobre Montoneros y Firmenich. El jefe de la organización política debió salir públicamente a desmentir la hipótesis.

  • Télam.
Por: Felipe Celesia y Pablo Waisberg

"El padre Mugica era uno de los que se había sumado al gobierno peronista. Había aceptado un cargo como asesor ad honorem de la Comisión de Vivienda del Ministerio de Bienestar Social. El objetivo era planificar la construcción de 500.000 viviendas populares. El sacerdote creía que debía buscar los lugares posibles para trabajar por y con los sectores más postergados.

Esa ilusión le duró entre junio y fines de agosto de 1973. Renunció en desacuerdo con la política desarrollada en el área, que terminó impulsando la erradicación de la villa. Pero eso no lo convirtió en un crítico del gobierno y quedó alejado del ministerio que conducía López Rega y también de Montoneros y de otros sectores de la izquierda peronista, como su amigo Rodolfo Ortega Peña.

"El socialismo dogmático peca de cientificismo. Es aristocratizante, desconfía del pueblo, de la capacidad popular, lo menosprecia. Para nosotros, la única metodología válida, en cambio, es cuando el pueblo participa, cuando crea y es protagonista de una alternativa liberadora. Por eso, no es cierto que los curas del Tercer Mundo se alejen de la Tendencia. La fórmula correcta sería que la Tendencia se aleja de los curas del Tercer Mundo, como se ha alejado del pueblo y del general Perón", dijo Mugica en marzo de 1974.

Eso fue una semana antes del asesinato de Chejolán, militante del Movimiento Villero Peronista. Cayó durante la represión policial frente al Ministerio de Bienestar Social, que terminó con una movilización para reclamar la radiación de la Villa Saldías. Su apoyo a Perón no le impidió encabezar el funeral y las marchas de repudio.

No llegó a cumplir los 44 años. El 11 de mayo lo ametrallaron a la salida de una misa en la iglesia de San Francisco Solano, en Mataderos. Los autores hicieron silencio. La Triple A no salió a reivindicar el crimen, como sí lo haría con otros asesinatos. El objetivo era volcar las sospechas sobre Montoneros y Firmenich –que había sido uno de sus discípulos- salió públicamente a desmentir la hipótesis. Lo hizo en cuatro notas y a través Noticias, el diario que Montoneros sacó a la calle el 20 de noviembre de 1973 y fue clausurado el 27 de agosto de 1974.

(…)

Dos días después del crimen aparecieron las cuatro notas firmadas por Firmenich. Fueron publicadas entre el martes 14 y el viernes 17 de mayo y se presentaron como el inicio de una serie de opiniones de “personalidades políticas que conocieron” la militancia del sacerdote.

El primer texto fue titulado “Mi afecto y mi agradecimiento al padre Carlos Mugica” y allí mismo se anunciaba que se harían otras cuatro entregas: “Nuestras diferencias políticas”, “La provocación de derecha no puede dividirnos” y “Construyamos la unidad del pueblo”.

En aquella primera nota contó cómo llegó a la Juventud Estudiantil Católica de la mano de Ramus, donde Mugica era asesor espiritual. Relató el viaje a Tartagal, los encuentros con los hacheros, el trabajo en la villa de Retiro. Dijo que vivir esas experiencias, de la mano de Mugica, les mostró “claramente que la solución al problema de la explotación y la injusticia social era una sola: el problema de fondo era político y su solución era una revolución política”.

Junto con esas definiciones, Firmenich y Ramus, hicieron su opción por el peronismo y la lucha armada, y abandonaron la militancia en la Iglesia. Eso provocó un distanciamiento, que se extendió por tres años. Llegó hasta 1970, después del secuestro de Aramburu, el copamiento de La Calera y la muerte de Abal Medina y Ramus. Fue cuando la dictadura comenzó a golpear con fuerza sobre la estructura de Montoneros.

“Aquél período fue para nosotros sumamente difícil en todos los aspectos, incluido el afectivo, ya que velamos caer permanentemente a los compañeros frente a las balas policiales. En medio de esa situación el régimen volcó todo su aparato propagandístico para distorsionar los hechos y para calumniarnos de todas las formas posibles. Fué (sic) en esas circunstancias, que el compañero Carlos Mugica, pese a que hacía tres años que no nos veíamos, asumió públicamente nuestra defensa”, agradeció Firmenich en la contratapa del diario.

Al día siguiente se dedicó a explicar las diferencias políticas que, en 1967, comenzaron a distanciar a Ramus, Abal Medina y a él de Mugica. “Este distanciamiento, que llegó a ser mayor un tiempo más tarde, reconocía sus razones últimas en las diferencias políticas que teníamos acerca de la manera más eficaz de servir a los explotados, a los marginados, a los trabajadores”, consideró.

Firmenich recordó que durante aquella misión iniciática a Tartagal, en el norte santafesino, se discutió cómo enfrentar “la explotación del pueblo” y escribió que Mugica “fue el primero en proclamar que la única solución estaba en la metralleta (tales fueron sus palabras casi textuales)”. Pero después, con la sangre más tranquila la posición del sacerdote se moderó.

“Para nosotros, el problema aparecía bastante claro: si la oligarquía y el imperialismo utilizaban la violencia para explotar al pueblo, ¿por qué razón el pueblo no tenia derecho a responder con la violencia para conquistar su liberación? Mugica, sin embargo, entró en la duda. Naturalmente, esto condujo rápidamente a la disolución de aquel grupo y ocasionó el distanciamiento”, agregó.

Analizó que Mugica estaba tensionado por dos contradicciones: una era entre “su compromiso a fondo con los explotados y los perseguidos y la no aceptación de la violencia; la otra, entre el ser un hombre de Iglesia o ser un hombre político”. Pero aclaró que aunque esa situación no se resolvió no lo consideraron un traidor. “Simplemente comprendíamos estas contradicciones que él vivía y que frecuentemente lo atormentaban, y por otra parte comprendíamos que su trabajo de predica constante, fogosa y valiente, era sin ninguna duda positivo: al fin y al cabo, nosotros mismos éramos la confirmación de esto”, afirmó y dijo que los desencuentros se disiparon entre 1970 y 1973.

Pero la Masacre de Ezeiza volvió a separar las aguas. Tenían diferentes valoraciones del proceso político. “(…) Si la política económica sólo beneficia a los grandes empresarios, por más que éstos sean nacionales, esa política no es de liberación y va a traer como consecuencia la disolución de la pretendida unidad nacional”, señaló en la contratapa, en la edición del 15 de mayo de 1974.

En la tercera nota habló sobre la “provocación de la derecha” y la intensión de adjudicarle el crimen a Montoneros. “¡Qué disparate! ¿Cómo nosotros íbamos a amenazar de muerte a Carlos Mugica? ¿En qué política revolucionaria cabe matar a los hombres del pueblo por diferencias acerca de cual es la mejor manera de destruir al mismo enemigo?”, preguntó, cargado de retórica y reconoció que el sacerdote había sido amenazado telefónicamente en nombre de Montoneros.

“Sólo los enemigos que Carlos tuvo siempre podían tener interés en matarlo. Aquellos para los que él era el ‘cura comunista’, el cura que ‘queriendo cristianizar a los bolches, se hizo bolche’, parafraseando a El Caudillo”, dijo Firmenich y cuestionó a los sectores políticos con los que tenían diferencias y les habían atribuido livianamente el asesinato.

El cierre de la serie fue un llamado a “construir la unidad del pueblo” frente “a la maniobra divisionista de este crimen”. Para esa unidad estableció los parámetros: el objetivo debe ser “la liberación nacional y social”, que las distintas fuerzas admitan cuál es su nivel de representatividad y que acepten “la existencia y coexistencia de mayorías y minorías, e inclusive de hegemonías”. Subrayó: “No puede admitirse discusión, por ejemplo, que, en cuanto al sectores sociales, la clase trabajadora debe ser reconocida claramente como columna vertebral de las fuerzas del pueblo; y en cuanto a sectores políticos, debe ser el peronismo”.

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