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Infojus Noticias

1-10-2015|15:50|Homenaje Nacionales
El último adiós a una luchadora

"Coqui fue una gran compañera, siempre dispuesta a dar una mano”

Murió ayer en la ciudad de La Plata Jorgelina Azzarri de Pereyra, una de las fundadoras de la filial platense de Abuelas de Plaza de Mayo. En 2008, después de años de búsqueda, había encontrado a su nieto Federico Hilario Cagnola Pereyra. Era hijo de Liliana Carmen Pereyra, su hija, y de su yerno Eduardo Cagnola. Ella fue asesinada y él sigue desaparecido.

  • Foto: Matias Adhemar.
Por: Cecilia Devanna y Laureno Barrera

Lo primero que recuerdan quienes la conocieron íntimamente, quienes trabajaron durante muchos años codo a codo con ella, es que “Coqui” tenía una risa fácil y contagiosa. Y que había aprendido a sobrellevar la tragedia de su vida con entereza. Después de perder a su hija Liliana y a su yerno Eduardo en manos de la Armada, de buscar sin respiro y hallar al hijo de ambos, Hilario Federico —nacido en las sombras de la ESMA—, murió en la ciudad de La Plata Jorgelina Azzarri de Pereyra, una de las fundadoras de la filial platense de Abuelas de Plaza de Mayo.

“Gran compañera y siempre dispuesta a dar una mano, así vamos a recordar a la Abuela de Plaza de Mayo Jorgelina Azzarri de Pereyra”, se lamentó en un comunicado de prensa la asociación que Coqui integró casi desde el inicio hasta su muerte. Su huella, además de su recuerdo, será indeleble en quienes la conocieron de cerca. “Nos enseñó lo que era la lucha, pero no sólo en la búsqueda de su nieto, sino en el resto de los aspectos de la vida”, dijo a Infojus Noticias la abogada de la filial, Colleen Torre. “Para la filial era fundamental”, agregó.

“Siempre me llamó la atención la capacidad que tenía para analizar con distancia sus propias emociones y las de quienes la rodeaban”, destacó Alan Iud, el coordinador de los equipos jurídicos de Abuelas. Leonardo Fossatti Ortega, uno de los nietos restituidos, la conoció de cerca: tocó las puertas de la filial la primera vez que se animó a averiguar en Abuelas. “Ella siempre expresó de una manera muy viva esa sensación que te hacen sentir las abuelas de que te protegen”, dijo Fossati a Infojus Noticias.

Liliana Carmen Pereyra —Lali, como la recordaba “Coqui”—, estaba embarazada de cinco meses cuando fue secuestrada en Mar del Plata junto a su pareja Eduardo Alberto Cagnola, el 5 de octubre de 1977. La patota de la Armada irrumpió en la pensión en la que vivían. Ambos fueron cruelmente torturados en la Base Naval de Buzos Tácticos. Ella, a pesar de su evidente embarazo. En diciembre, fue trasladada para parir en la ESMA, donde funcionaba una maternidad clandestina.

Los sobrevivientes testificaron que Liliana estuvo en la “pieza de las embarazadas” y en febrero de 1978 tuvo un hijo varón al que llamó Federico. Las investigaciones judiciales, muchos años más tarde, precisaron que el médico y capitán de navío Jorge Luis Magnacco —condenado por el robo sistemático de bebés— asistió su parto. Cuando volvieron a llevársela a Mar del Plata, el bebé quedó en poder del marino Héctor Febres, que se suicidó con veneno mientras estaba detenido.

“Lali” fue asesinada el 15 de julio de 1978. En marzo de 1985, el Equipo Argentino de Antropología Forense identificó su cuerpo sin nombre en el cementerio de Mar del Plata. Cagnola sigue desaparecido.

El encuentro con el nieto

Ama de casa de una familia acomodada de la capital de provincia, esposa de un juez, Coqui no tardó mucho tiempo en dar el paso que partiría su vida al medio: se unió a las mujeres que pateaban todas las puertas buscando a sus nietos nacidos en cautiverio. Más de 2000 personas desaparecidas, muchas embarazadas, volvían imperioso la apertura de en La Plata de una filial de Abuelas: se concretó en un local prestado el 9 de noviembre de 1985. “Estábamos en una de las reuniones de los martes en Buenos Aires, y Estela planteó que era necesario que existiera en La Plata la filial de Abuelas. La designación me llenó de orgullo, pero el susto que tenía era enorme”, recordó Coqui años más tarde. Una colecta de cinco legisladores alcanzó para comprar en diciembre de 1987 el local de la calle 8 Nº 835, piso 6, donde todavía funciona la sede platense.

Durante décadas, Coqui llegaba a la filial a las tres y media de la tarde de todos los lunes, miércoles y viernes. Muchos recuerdan el taconeo acercándose por el corredor, sus impecables pantalones con sacos finos haciendo juego. Las pestañas pintadas y en los labios algo de rouge, discreto. Se sentaba, miraba la agenda y se interiorizaba de las novedades jurídicas. Un día llegó una denuncia sobre un matrimonio que podía tener en su poder a su nieto. El equipo de investigación de Abuelas, junto a la Comisión Hermanos de HIJOS, logró ubicarlo y, un tiempo después, la Justicia ordenó la medida para que se obtuvieran muestras de ADN del joven. El 9 de septiembre de 2008 se confirmó que el joven era Federico Hilario Cagnola Pereyra, su nieto.

En 2013, el Tribunal Oral Federal Nº 4 porteño condenó a seis años de prisión a los apropiadores de Federico Hilario, Cristina Mariñelarena y José Ernesto Bacca. La misma pena le tocó a su entregadora Inés Graciela Lugones, que era viuda de Guillermo Minicucci, el jefe del centro clandestino El Vesubio. “No podían negar lo que estaba pasando, que a las mamás las mataban y a los chiquitos los robaban”, dijo Coqui durante el juicio, mirando a los jueces pero refiriéndose a los apropiadores. “Encontrar a mi nieto fue lo más importante que me ha ocurrido, no solo por el amor que le tengo, sino porque desde que desapareció mi hija me juré que no iba a parar hasta encontrarlo”.

Una mujer de risa fácil

Hasta hace poco tiempo, salvando cortas temporadas en Mar del Plata para visitar a su familia, “Coqui” seguía yendo a Abuelas. Las visitas a las escuelas y la infinidad de entrevistas en la que siempre relataba su búsqueda con una dosis de ternura, le habían hecho acortar la distancia generacional que la separaba de los jóvenes que trabajaban en la filial platense. En los asados que solían hacerse en las afueras de La Plata, en las noches de cartas con sus amigas de toda la vida o en sus cumpleaños —que festejaba varias veces para que entraran en su departamento todos sus afectos— era una de las animadoras excluyentes.

“Era una mujer de risa muy fácil, y joven, siempre joven. Cuando la conocí me sorprendió que se prendía en los chistes, y uno podía hablar delante suyo como si no fuese una abuela sino a una par nuestra”, recordó Fosatti. El eco de la risa de Coqui quedará para siempre en la casa de las Abuelas.

CD/LB/RA

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