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Infojus Noticias

20-8-2015|8:20|Informe Nacionales
La causa judicial nunca avanzó ni tuvo condenados

Cómo fue el primer secuestro de Puccio antes de formar el clan familiar

Hubo un secuestro en el que participó por primera vez Arquímedes Puccio y que no cuenta la película “El Clan”, de Pablo Trapero. Fue en 1973, antes de que creara un “empresa familiar” dedicada al crimen. Arquímedes fue entonces integrante de una banda que raptó a Enrique Segismundo Pels. El empresario fue liberado tras el pago de un rescate. Y le sirvió a Puccio como “entrenamiento” para lo que vendría después.

  • Foto: Télam.
Por: Laureano Barrera

En 1973, doce años antes de que la Brigada de Defraudaciones y Estafas encontrara a la dueña de una funeraria encadenada en el sótano de la casona, Arquímedes Rafael Puccio ya había participado de un secuestro, el primero de su "carrera" criminal. La historia negra de los Puccio volvió a la luz después del estreno de “El Clan”, dirigida por Pablo Trapero y con Guillermo Francella en el papel del líder familiar. La película, que es un éxito de público, cuenta cómo la familia secuestraba y mataba empresarios en el sótano de su casa de San Isidro, en la década del '80. El rapto del empresario Enrique Segismundo Pels fue el banco de pruebas antes de formar su propio clan dedicado al crimen, en el ocaso de la dictadura militar. Infojus Noticias reconstruyó ese caso, que el film deja fuera de foco.

Arquímedes había ingresado a Cancillería en 1949, por un decreto de Juan Perón. Su padre había sido jefe de prensa del canciller Juan Atilio Bramuglia. A principios de los ’60 lo desafectaron, porque lo descubrieron contrabandeando armas en una valija diplomática. Volvió al Estado como subdirector de Deportes de la Municipalidad de Buenos Aires de la mano de su amigo el teniente coronel Jorge Osinde, uno de los planificadores de la masacre de Ezeiza. También era amigo de Aníbal Gordon, miembro de la Triple A y asiduo visitante del centro clandestino Automotores Orletti.

El 23 de enero de 1973, a las siete de la mañana, un hombre de civil entró con una ametralladora al dormitorio de la casa de Pels, en Vicente López, a menos de diez cuadras de la residencia presidencial de Olivos. Con pantalón y saco, pero sin camisa y descalzo, lo sacaron en el Peugeot 404 de su esposa, a quien maniataron junto a la empleada doméstica. Después lo pasaron al Falcon de Puccio, y tras un largo viaje, lo encerraron en una pieza, encadenado al tobillo y la muñeca. El jefe de la banda le informó que era un comando de guerrillas y que no querían rescate. Pero en su casa dejaron una nota pidiendo 10 millones de pesos de la época. Pels habló poco con los captores. Fue liberado el 2 de febrero en Pavón y Agüero, en Avellaneda.

En las crónicas periodísticas se dice vagamente que de aquél primer golpe Arquímedes salió indemne por falta de pruebas. No fue así: el secuestro de Pels naufragó en un pantano judicial de torpezas y decisiones extrañas y nunca tuvo condena. El expediente fue reseñado por el periodista Carlos Juvenal en una rigurosa investigación que plasmó en el libro “Buenos muchachos: la industria del secuestro en Argentina”.

En octubre de 1973, la Brigada de Avellaneda —cuyo jefe era Miguel Osvaldo Etchecolatz— dio con Jofre, uno de los sospechosos, que confesó conocer a Puccio del sindicato de Prensa de Capital Federal, junto a Roberto Enrique Martín y un comodoro de apellido Arca. Fue Jofre quien les presentó a García, el hombre que consiguió una casa en Lomas de Zamora para tener a Pels. García, a su vez, declaró que todos los días llevaba ahí comida que recibían personas encapuchadas, y que la plata se la daban Puccio o Martín.

Finalmente, la policía llegó hasta la casa en Acassuso que Puccio había comprado dos meses después del secuestro, y lo detuvo. Arquímedes quiso dispararle a un uniformado pero no había balas en la recámara de su revolver. En la comisaría, confesó haber participado del rapto de Pels, pero aclaró que sólo le había llevado comida. “Conoció al señor Pels, y como ésta era una persona solvente y necesitaban dinero para el movimiento, se los señaló a la gente dispuesta para que lo secuestrara”, escribió Etchecolatz en el sumario.

En su indagatoria, Arquímedes negó lo que había dicho en la comisaría sobre Pels, aunque admitió conocer a Martín de la militancia peronista y que Arca era jefe de Contraespionaje de la SIDE. García y Jofre también se desdijeron. Acusaron a la policía por apremios policiales, algo verosímil teniendo en cuenta en qué basaba su efectividad investigativa el comisario Etchecolatz.

Nadie, nunca, nada

El primer juez fue Mario Raúl Moldes, actual vicepresidente de la Cámara de Apelaciones de Morón, que ordenó un reconocimiento en rueda de personas. Ni Pels, ni su esposa, ni la empleada doméstica reconocieron a ninguno. Terminaba 1973 y ya reinaba la Triple A. Moldes dictó en pocos días la falta de mérito para Jofre, García y Puccio. El 27 de marzo de 1974, el nuevo juez de la causa, Pablo Peralta Calvo, –que también había investigado la Masacre de Ezeiza- dictó el sobreseimiento definitivo.

El 30 de abril de 1974, el entonces fiscal Horacio Daniel Piombo apeló el fallo y pidió algunas de esas medidas para rellenar los huecos de la pesquisa. El 3 de julio de 1975, la Cámara de Apelaciones revocó los sobreseimientos. Pero los pleitos de Puccio con la ley serían enterrados definitivamente durante la dictadura militar. El último día de mayo de 1976, el juez Gerardo Pelle —que había firmado como secretario de Moldes la falta de mérito— volvió a sobreseerlos provisoriamente. El 12 de julio de 1978, otra cara conocida, el actual fiscal general Federico Nieva Woodgate —entonces juez de instrucción de Morón— firmó el sobreseimiento definitivo.

Ningún juez, nunca, ordenó el reconocimiento de la casa de Lomas de Zamora, interrogó a los vecinos ni a los policías que habían instruido el sumario. No allanó las casas de los acusados ni investigó sus patrimonios. Tampoco nadie citó a declarar al misterioso Arca, un personaje clave, ni a Martín —secretario privado del mayor Alberte, que fue delegado del general Perón—, que se profugó desde el primer día.

El periodista Juvenal llegó a la conclusión de que aunque la causa judicial quedó impune, demostró que “Puccio pertenecía al elenco de la Triple A, trabajaba cerquita de López Rega, cobraba sueldo de la SIDE y conocía al comodoro Arca, que cumplía en la SIDE tareas codo a codo con Aníbal Gordon”.

Enrique Pels nunca habló públicamente del secuestro. Hoy tiene 83 años, y sigue siendo el principal accionista del pulpo cerealero Granar. A pesar de varios llamados a la empresa, Infojus Noticias  no pudo hablar con él.

El clan

Los pasos de Arquímedes se diluyen durante los peores años del terrorismo de Estado, hasta su reaparición en el ocaso de la dictadura como líder de “El clan Puccio”, apodado por la prensa así porque arrastró al crimen a sus hijos Alejandro, rugbier estrella del CASI y de Los Pumas, y Daniel. Arquímedes estaba casado con Epifanía Ángeles Calvo, con quien tuvo cinco hijos. Además, de Alejandro y Daniel estaban Guillermo, Silvia y Adriana.

El líder familiar no contó para estos crímenes con la estructura estatal, pero sí puso en práctica lo que había aprendido con sus amigos de la Triple A, y se rodeó de ex militares con pasado en las estructuras de espionaje, como el suyo. Fue el caso de Guillermo Fernández Laborde, a quien había conocido en Tacuara y en el servicio de inteligencia de la Fuerza Aérea. Otro miembro fue Roberto Oscar Díaz. Al coronel Rodolfo Victoriano Franco también lo había conocido en Tacuara.

La película de Trapero, que tuvo más de 500 mil espectadores en los primeros tres días, recoge los cuatro secuestros que la banda cometió en tres años, uno por año.

El primero fue Ricardo Manoukian, un joven de 23 años que desapareció el 22 de julio de 1982. Era subgerente de los supermercados Tanti. Estuvo un tiempo en el baño de la casa, su familia pagó 250 mil dólares y apareció un tiempo más tarde con tres balazos en un baldío de Escobar. El 6 de mayo de 1983 fue el turno del ingeniero Eduardo Aulet. Cobraron 100 mil dólares de rescate. Fue Díaz el encargado de ejecutarlo en un campo de General Rodríguez. Y otro 22 de julio, pero de 1984, le tocó a Emilio Naum. El dueño de la sastrería Mac Tylor. Naum se resistió y Fernández Laborde le disparó y lo mató.

Exactamente un año más tarde, el 22 de julio de 1985, darían el golpe que terminaría en la caída: el rapto de Nélida Bollini de Prado, que fue rescatada por la policía 32 días después.

A Arquímedes lo condenaron diez años después y le impusieron prisión domiciliaria. En 2004 le sacaron ese beneficio: se comprobó que salía de su casa. En 2007 quedó en libertad, se convirtió en evangelista y se recibió de abogado en la UBA. Murió hace dos años en General Pico, la ciudad pampeana a la que se había ido a vivir. Tenía 84 años.

LB/SH/RA

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